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la batalla de baler

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Al principio, los insurgentes se dedicaron a tirotear intensamente la iglesia mientras esperaban refuerzos para iniciar un asalto decisivo. Solamente cuando recibieron noticias a través de un periódico, creyeron de verdad la triste noticia y procedieron a una capitulación honrosa. El teniente ordenó una salida nocturna para conseguir fruta fresca y airear el recinto, lo que conllevó la mejoría de los enfermos. Y andábamos a bofetadas con los lugareños para mantenerlas. Nada más natural», destaca Cerezo en sus escritos personales. Poco después llegó desde Manila un alto mando español con la misión de instar a los defensores a abandonar la resistencia. Estudiamos la situación sanitaria durante el prolongado asedio de Baler con ocasión de la guerra de independencia de Filipinas y posterior intervención norteamericana (1898-1899), contemplando tanto los medios materiales y humanos de que disponían como las heridas y enfer- medades a las que hubieron de hacer frente. En junio de 1946, llega la carta de Madrid por la que se le concede el título de teniente honorífico a Gopar, ganando así su última batalla. Incluso improvisaron un concierto con cornetas, tambores y latas de petróleo vacías usadas como instrumentos. Mientras andábamos a mandobles en los territorios de ultramar luchando por mantener los retazos que aún nos quedaban del imperio, Estados Unidos vivía una situación bien diferente. Los héroes de Baler, conocidos popularmente como los últimos de Filipinas, fueron un destacamento compuesto de 50 soldados españoles a quienes se les encomendó la custodia del pueblo de Baler. El escritor y héroe nacional filipino José Rizal fue encarcelado y fusilado por las autoridades españolas en 1896 en este lugar de Manila. Allí, pretendían resistir hasta la llegada de refuerzos o hasta que, tras una sangrienta lucha, no quedara ni un solo de ellos con vida. Con todo, la defensa no había salido barata pues, del más de medio centenar de hombres que habían entrado en el templo hacía casi un año, 15 habían muerto por enfermedad, 2 habían fallecido por las balas filipinas, 6 habían desertado y otros 2 habían sido fusilados por el propio Cerezo después de que intentaran pasarse al enemigo. La claridad de la noche frustró una primera tentativa de salida. La guarnición temía que en cualquier momento los rebeldes lanzaran un ataque a gran escala. Para ellos era imposible que un imperio con más de tres siglos cayera en apenas unos pocos meses. Desesperados por no conseguir la rendición española, los filipinos iniciaron entonces su particular guerra psicológica contra los sitiados. «El mar había estaba desierto, el pueblo había sido evacuado y permanecía silencioso, el río no parecía vadeable, el bosque y la montaña alejados… Este era el escenario de la lucha», completa, en este caso, Leguineche en su obra. “Morir habemos, ya lo sabemos” repetían con frecuencia los monjes». (…) Piense cualquiera en la desesperación que sentiríamos, en el desfallecimiento que se desplomaría sobre todos nosotros, y deducirá el poco menos que insuperable compromiso en que me hube de ver para reanimar a mis soldados». Fueron tan solo algunas horas, pero en 1914, durante la Primera Guerra Mundial, un grupo de soldados decidiría espontaneamente dejar la guerra de lado para confraternizar con el ser humano que se encontraba debajo del uniforme enemigo. Los héroes de Baler, la resistencia española en Filipinas. Con todo, y una vez que se observó que algunos militares la padecían, se ordenó ventilar la iglesia, tirar los alimentos en mal estado y, para terminar, hacer un pozo negro para evitar que los excrementos se amontonaran tan cerca de los dormitorios. Cuando en el siglo XVI Felipe II tomó posesión de un enjambre de islas en el Pacífico, que fueron bautizadas como Filipinas en su honor, la monarquía española se hallaba en la cumbre de su poder y sus dominios se extendían por los cuatro continentes. España había sido expulsada de la colonia, ya no quedaba ningún retazo del imperio en aquellas islas y, para colmo, ellos habían sido los últimos defensores de Filipinas. En enero de 2020 el ayuntamiento de Madrid inauguró una estatua que conmemora el hecho. Los estadounidenses, por su parte, hicieron traducir las memorias del teniente Martín Cerezo como modelo de resistencia de una posición aislada. Todos los militares partieron entonces hacia la seguridad de la iglesia, edificio en cuya torre ondeaba la bandera rojigualda. Dicho y hecho. «Baler está situado cerca del mar, sobre un recodo, al sur de la ensenada o bahía de su nombre, distante de la playa unos 1.000 metros. Los soldados celebraron la Navidad de 1898 "con estrépito", en un intento de mitigar la nostalgia por la lejana patria. Una suerte que les permitió mantenerse en pie durante casi un año sin morir de deshidratación. Para demostrarles que la guerra había terminado les dejó unos periódicos madrileños con noticias al respecto. Ahora, 120 años después del Sitio de Baler, el regimiento de Infantería Soria 9 también se acordará de ellos del 1 al 3 de junio. Durante los meses siguientes, los defensores vivieron sus momentos más tensos. Aunque también valientes y decididos a dar hasta la última gota de sangre por su país. Aquella partida, bastante numerosa ya para lanzarse al campo, hizólo, desde luego simultánea y resueltamente; se apoderó de los pueblos de alrededor, (…) y nos cerró del todo las comunicaciones internas con el resto de la isla. En la isla de Luzón, la mayor del archipiélago, las tropas españolas arrinconaron a los rebeldes, encabezados por Emilio Aguinaldo, en las zonas montañosas al norte de Manila. Inmediatamente reunió a los defensores que quedaban y, tras compartir una charla intensa durante varias horas, resolvieron rendirse a los nativos, aunque con una serie de premisas. Pero para los Cazadores, y en especial para el oficial al mando, todo aquello eran patrañas. Sin el oficial por excelencia, Cerezo tomó el mando, aunque prefirió seguir aparentando delante de los emisarios filipinos que su superior estaba vivo para no darles una alegría. A su vez, y por si fuera poco, mientras nosotros caíamos en picado, un nuevo imperio asomaba lentamente la cabeza en el mundo: Estados Unidos(un país que por entonces no contaba ni 150 años desde su fundación pero que ya se creía en derecho de meter las narices allí donde quisiera). Baler quedó incomunicada por tierra, por lo que no llegó la noticia de la destrucción de la flota española en Cavite ni del cerco de Manila. Los ofrecimientos de paz y las peticiones de rendición fueron rechazados cinco veces. Entrado el otoño, los muertos yacían bajo los pies de los vivos mientras éstos, con humor macabro, se rifaban el lugar donde ser enterrados. Fue la primera de las nueve tentativas de negociación que realizaron los filipinos a lo largo de los 337 días que duraría el asedio y que se toparon con la tozuda negativa de los defensores a creer la noticia de la derrota de su ejército. Por entonces, la colonia ya se había levantado en armas y los españoles perdían batalla tras batallas contra los lugareños. «Admirando estaba la obra cuando un pequeño suelto (…) me hizo estremecer de sorpresa. A finales de 1897, la zona fue escenario de una violenta escaramuza entre las tropas españolas y los rebeldes tagalos. (…) Esto no podía ser inventado». Tampoco ayudó, por ejemplo, que dos soldados españoles salieran a pecho descubierto y, a la carrera, quemaran varias casas que se encontraban alrededor de la iglesia para evitar que fueran usadas como parapeto por los sitiadores. Curiosamente, el oficial no hizo ningún caso a la sugerencia de abandonar la defensa, pero si invitó a los monjes a quedarse con ellos para dar apoyo espiritual a los soldados. El propio general filipino ensalzó su valía. Durante todo el asedio los españoles sólo debieron lamentar dos muertos por heridas de bala, mientras que por su parte causaron unas 700 bajas a los atacantes, entre heridos y fallecidos. Eran temidos por sus "bolos" o cuchillos largos, pero disponían de escasos fusiles. Desde allí, partirían hacia Manila, donde se presentarían ante las autoridades hispanas… si es que quedaban. Entre otros, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Entrevista a Federico Romero Díaz, co-fundador del Día de la Romanidad, Kant: la Belleza como enlace entre la Verdad y el Bien, Jumpin’ Joe soldado norteamericano y soviético. Por otro lado, y debido a que el destacamento había sido diezmado, pidió que acudiera desde España un relevo que pudiese hacerse cargo de la situación. Cuando estalló la guerra entre EEUU y España , la población autóctona de las islas se unió al bando americano con la pretensión de proclamar su independencia y atacaron el destacamento de Baler . Pocos meses después, España perdería a manos norteamericanas Cuba, Puerto Rico y el archipiélago filipino. Éste salió de un fusil filipino mientras Cerezo patrullaba, como hacía a diario con otra docena de hombres, las inmediaciones de la iglesia. «Héroes son todos» Fue en esos momentos de angustia cuando Martín volvió a hojear los periódicos y halló indicios que le convencieron de "que efectivamente habíamos perdido Cuba, Puerto Rico y Filipinas". Apúntate a los newsletter que más te interesen y recibe gratis los mejores reportajes, fotografías, y noticias cada semana en tu email. Por suerte, el edificio tenía muros gruesos y la artillería era antigua, así que no hubo que lamentar daños graves. El arte del siglo XX es activo y participativo. y los rebeldes, no quedaban ya muchos españoles en la colonia-. Eran tan sólo 54 valientes, pero estaban dispuestos a dejarse las pestañas para defender a España aunque fuera a miles de kilómetros de distancia. En realidad, la mayoría de bajas españolas se debieron a las enfermedades. Más efecto tuvieron las tácticas de guerra psicológica que los filipinos practicaron para minar la moral de los asediados, impidiéndoles dormir con ruidos de todo tipo, haciendo cantar a las mujeres para recordarles los placeres a los que debían renunciar o mostrando a muchachas desnudas que les hacían gestos lascivos. (…) Como todas las poblaciones filipinas, de vida puramente rural y escaso número de habitantes, reducíase a la iglesia rectoral; (…) y alguna casa de tablas y argamasa» afirma Saturnino Martín Cerezo (presente posteriormente en la defensa de este pueblo) en su diario de operaciones editado en 1904. Era la victoria o la muerte. Tampoco iban mejor las cosas en la Península, donde la pobreza atacaba salvajemente a la población y donde, leva por aquí y alistamiento por allá, todos los días partían cargueros repletos de militares para darse de fusilazos por España en la otra punta del globo. Sin embargo, cerca de ellos había una ingente cantidad de rebeldes decididos a devolverles a la Península en una caja de pino. El 1 de mayo, la batalla del puerto de Cavite (en la imagen) supuso la total destrucción de la flota española por la Armada norteamericana, que disponía de una artillería muy superior. No se pudo decir lo mismo de las enfermedades, las cuales enterraron a más españoles que el plomo enemigo. Por ello, a mediados del SXIX los norteamericanos abrieron la bolsa con la intención de dar «a lot of money» a la vieja y maltrecha España y ofrecieron nada menos que 100 millones de dólares por la isla. Este acto, que dejó en lo más alto nuevamente la valentía española, sulfuró sobremanera al enemigo. Dos oficiales y doce hombres murieron como consecuencia de las enfermedades, dos fueron ejecutados, dos oficiales y catorce soldados habían resultado heridos, seis desertaron. Porque fue el primero realizado por un alto oficial del ejército español: el teniente coronel de Estado Mayor Cristóbal Aguilar y Castañeda, recién llegado a Baler a bordo del vapor «Uranus». Tuvo que intervenir una fuerza de 400 hombres para restablecer el control español y pacificar el territorio. Desde cuervos hasta lagartijas, todo bicho viviente con algo de carne caía en la cazuela y era repartido a partes iguales entre los extenuados españoles. Vuelta la calma, las columnas de socorro se retiraron al tiempo que se enviaba desde Manila un nuevo destacamento de 50 soldados. El 2 de junio de 1899 se arrió en Baler la bandera española –confeccionada, a falta de otra, con casullas de monaguillo y tela de mosquitera–. Cuando la revolución estalló, no lo hizo por igual en todos los territorios filipinos. Aquello cambió la forma de pensar de la nueva potencia mundial, en la cual se debió considerar que, si no pensábamos deshacernos de los territorios por las buenas, habría que conseguirlos por otros métodos.

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